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No mas ejecuciones en los barrios

A propósito del lamentable caso de los cinco hombres asesinados por el FAES en el barrio El Limón el pasado 11 de junio, frente al que las autoridades judiciales y de investigación respondieron con máxima celeridad, y gracias a ello, en tan solo cuatro días, a partir de las actuaciones realizadas pudieron constatar: 1. Inconsistencias en las actas policiales, que informaban sobre un presunto enfrentamiento; 2. La existencia de un uso excesivo y desproporcionado de la fuerza en la acción policial; y en consecuencia, imputaron a cuatro funcionarios de este cuerpo por la presunta comisión de homicidio calificado por motivos fútiles, uso indebido de arma orgánica y simulación de hecho punible; desde Surgentes compartimos las siguientes reflexiones:

Son tantos los jóvenes que hemos perdido en nuestros barrios bajo el mismo patrón de violencia policial, con deudas o sin deudas con la justicia. Ser «mala conducta» aumenta el riesgo de que la policía te mate, pero «ser sano» no te garantiza estar a salvo. Lo que sorprende es que sean tantos y al mismo tiempo tan invisibles, ¿cómo es que la muerte de estos jóvenes no interpela a nadie? ¿qué explica que estos jóvenes y sus familias, más que solidaridad e indignación, encuentren como respuesta la sospecha? “Algo habrá hecho”, “algo debía”, “para todas las madres sus hijos son unos santos”, «son paramilitares», «es verdad que la policía se come la luz, pero no es el momento de dar ese debate», «los que denuncian son escuálidos, le hacen el juego al imperialismo», etc., y así, se van echando en un mismo saco centenares de vidas arrancadas por la policía, sin que nadie más allá de su pequeño círculo de afectos los llore. Su nivel de exclusión es de tal magnitud, que ni la denuncia ante las instancias judiciales pareciera tener algún tipo de sentido, ¿para qué si ellos siempre son culpables a menos que se demuestre lo contrario? No importa si nunca se enfrentó, no importa si lo detuvieron mientras dormía con su hija recién nacida y su compañera, no importa si estaba desarmado y rendido, la sospecha siempre deviene en certeza cuando se trata de un joven pobre.

La esperanza de visibilidad y denuncia de la exclusión y violencia que sufren estos jóvenes paradójicamente depende de que ese tipo de prácticas toquen a alguien más incluido, aunque sea subordinadamente. Alguien con mayor estatus en la sociedad, y por tanto, con mayor capacidad de reclamo, ya sea porque era escolta de una ministra, porque era un destacado deportista, porque era músico, etc. Entonces ahí cuando no se responde desde la sospecha hacia el joven sino desde la indignación y condena a este tipo de prácticas clasistas y racistas, el problema se hace visible aunque sea parcialmente; entonces ahí tenemos la esperanza de que todos los demás jóvenes asesinados puedan lograr justicia; entonces ahí las madres en los barrios que cargan con dolor y rabia la muerte de sus hijos o con miedo a que eso les pase, no se sienten tan solas, y ruegan porque por una vez, tal como lo deseó el comandante Chávez, la policía esté del lado del pueblo.

Surgentes

Colectivo de Derechos Humanos

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