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CARTA DE UN CHAMO DEL BARRIO AL ESTADO VENEZOLANO

(A propósito de los tres años del Operativo Gran Cacique Guaicaipuro)

Caracas, 9 de julio de 2024

Hola. Ante todo, me presento. Soy Wilmer. Tengo 23 años y vivo en un barrio de Caracas. Hace tres años salí de mi casa a comprar un kilo de pasta para el almuerzo. Aún no he vuelto. Sí, este mes se cumplieron 3 años que me pusiste preso. Te cuento mi historia, aunque estoy seguro de que ya la conoces porque te la han contado miles de veces. Pero no está de más insistir.

Siempre supe que en este país no era necesario cometer un delito para ir preso, solo bastaba con ser pobre, pero no me lo tomé muy en serio, algo así como “a mí no me pasará”, me decía. Así que, por mala suerte, un día de esos en los que necesitabas demostrar tu fuerza y tu eficiencia, distraídamente salí de mi casa a comprar ese kilo de pasta para el almuerzo, que me encargó mi mamá.

Tus policías, esos que todo el tiempo dices que nos cuidan, me detuvieron en una alcabala improvisada a dos calles de mi casa, en la que estaban pidiendo la cédula a todos los muchachos que pasaban por ahí. Les habían ordenado buscar a los malandros del sector. No suelo llevar la cédula cuando voy a comprar un kilo de pasta en mi propio barrio, pero eso, y al parecer mi color de piel, mi vestimenta, una franela sin mangas, un short y unas cholas fue suficiente para cazarme. “Este tiene cara”, les oí decir a ellos que, por cierto, son bastantes parecidos a mí.

Me llevaron a su comando donde me dijeron, “chamo, por 200 te dejamos libre”. En medio de mi susto no entendí mucho. Luego comprendí, pero cualquier cosa que pasara de 10, estaba fuera de mi alcance y del de mi familia, con quien por cierto no me dejaron hablar sino 4 días después, cuando ya todo estaba consumado.

Sí, tus diligentes funcionarios, lo hicieron con mucha destreza, se ve que tienen una enorme experiencia en estas cosas. Los policías montaron el acta policial y allí pusieron que yo iba cargado de municiones por un lugar de la ciudad que nunca había pisado. Me amenazaron y me dejaron dos noches enteras de pie. Querían que dijera que lo que decía esa acta policial era verdad. El fiscal que me imputó buscó los delitos que aseguraran un buen puntaje en sus evaluaciones (mientras más gente presa, mejor puntaje sacan, después me enteré); si hay pruebas o no, es un detalle menor. El defensor público que claro, cumpliendo tus obligaciones me asignaste, estuvo presente como una estatua (no oigo, no veo, no digo, después se verá); el juez obedeció las órdenes, “déjalo preso y cuando toque, pásalo a juicio”. Los testigos, mis vecinos que me conocen de toda la vida, no fueron llamados. Como te decía, cuando pude abrazar a mi mamá (solo 5 segundos, eso sí), ya todo estaba consumado.

Me metiste en un calabozo, bueno en realidad se trata de un pequeño cuarto de 5 x 5 sin ventilación; con 30 personas más, otra vez, todas muy parecidas a mí: morenas, delgadas, asustadas. Sin agua, sin luz, sin espacio para movernos.

Me quistaste la libertad y con ello, mi trabajo y mis ingresos, y no te importó si comía o no, si me podía bañar o recibir algo de sol. Por lo contrario, me convertí en una fuente de ingresos para tus funcionarios y en un desaguadero para mi familia que ya la pasaba duro. Recibir visita 5$, salir a tomar el sol 1$, pagar el traslado 2$, dejar pasar alimentos 5$, pagar la causa 10$. ¿La causa y qué es eso? Preguntarás. No te hagas el ingenuo. Sabes bien de qué se trata.

En tus inhumanas celdas he visto morir a varios compañeros de desgracia (no a uno, a varios) a causa de la tuberculosis y de enfermedades infecciosas y contagiosas, todas perfectamente prevenibles. He visto como perdemos kilos en corto tiempo, y con ello fuerza para superar esta situación. He visto como nuestra piel se torna amarillenta y se llena de erupciones. He visto los ojos de la desesperanza, pero también de la rabia y el dolor.

Del proceso judicial, qué te puedo contar. Tus jueces son lentos y temerosos. Mi juicio no avanza porque, aunque no existen pruebas de mi culpabilidad, el juez no ha recibido la orden, o simplemente no se atreve a terminarlo. No me preguntes de quien debe recibir la orden. Tú lo sabes mejor que yo. Tus fiscales no desisten, aunque no existan pruebas. Tus defensores públicos, son buena gente, cómo no reconocerlo, pero los noto un poco ¿desmotivados? Se limitan a asistir a las audiencias y no deja de sorprenderme su pasividad. Difícil que ejerzan alguna iniciativa para acelerar el juicio o solicitar alguna medida.

Los lapsos procesales que tú mismo decidiste son un mal chiste, o sea, de los que no hacen reír a nadie. He perdido la cuenta de las veces que fui trasladado al Palacio de Justicia desde muy temprano para escuchar al final de la tarde, luego de un día sin recibir agua ni alimentos y hacinado en un calabozo sin ventilación (claro, no vaya a ser que nos mal acostumbremos), que la audiencia fue diferida porque no se presentaron los órganos de prueba. Dos años dicen tus leyes que constituyen un retardo procesal inadmisible y ordenan realizar lo que queda de juicio en libertad. Yo ya llevo tres. El juez que me asignaste no parece saberlo o no ha recibido aún esa orden.

Mis padres, mi madre especialmente, mis familiares, mis amigos y vecinos han clamado de mil formas por mi libertad. Han mostrado pruebas de mi inocencia, han denunciado mi situación en los organismos que tú mismo creaste para eso. Han protestado en la calle. Pero todo ello se estrella ante la más absoluta indiferencia e indolencia.

Te escribo esta carta porqué tú eres directamente responsable de mi situación. Soy inocente de todos los cargos de los que me acusaste, pero, aunque fuera culpable tu deber es proteger mis derechos y asegurarme un debido proceso. Entonces, te pregunto ¿por qué no te importo? ¿Por qué si tienes la posibilidad de corregir esta situación no lo haces? ¿Por qué me quieres preso? ¿Qué quieres demostrar manteniendo presos a tantos chamos y no tan chamos que como yo deberían estar libres, en las calles, haciendo sus vidas?

Soy Wilmer, pero a la vez soy Maikel, Junior, Andrés, Manuel, Ramsés, Víctor, Farid y decenas de miles de hombres, mujeres y jóvenes del barrio, pobres, procesados o condenados sin un debido proceso y encerrados en condiciones que tú mismo no podrías soportar. Cada día que pasa muere un poco de mí y de los que están conmigo en esta cárcel ante tu indiferencia. 

Estoy preso y literalmente atado de manos y pies, pero sigo libre para exigirte que te comportes como debe hacerlo un Estado responsable. Por más que quieras desentenderte, tú eres el responsable de lo que me pasa y a tantas personas que como yo permanecen en esta situación. Tú tienes la obligación, no la discreción de proteger mis derechos. Y lo más importante, tienes el poder y los medios para hacerlo. ¿Qué te detiene entonces? ¿Qué soy solo un chamo del barrio?

Ana Barrios. Surgentes

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